Resumen:
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Sea por el momento histórico, la contemporaneidad a flor de piel, y por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, junto a las “formas de ser” que de allí se desprenden, los modos de vincularnos y comunicarnos se ubican actualmente en un espacio de transición entre tradicionales y novedosas perspectivas. ¿Soy más de lo que ves y lo que digo que soy? Una rutina mecanizada y memorizada que alberga otra dimensión, en la que los individuos son más que las líneas de un código de barra unánime. Precisamente, los interrogantes empapan un nuevo escenario. ¿No es paradójico que el 80% de nuestra comunicación se deba a un lenguaje no verbal, al idioma del cuerpo, antes que a las verborragias postmodernas? En este devenir de reflexiones, la comunicación y la cultura emergen como ejes de un proceso social que involucra a todos. La investigación en cuestión propone a la comunicación como un proceso transformador socio cultural, haciendo foco en la danza contemporánea por sus implicancias con la corporalidad. El abordaje se basa en el enfoque del interaccionismo simbólico, ya que profundiza en el diálogo, el intercambio y la creatividad conjunta, entendiendo a la interacción como una forma de reescribir el espacio y el tiempo bajo la lógica discursiva de un cuerpo presente. El cuerpo configurado como un todo, bajo una concepción holística, plural, participativa y coordinada para convertir a las ideas prestablecidas en un universo de posibilidades, donde las diferencias nos acercan y las similitudes nos consolidan. Un cuerpo que toma ventaja hasta imponerse como canal de expresión, comunicación y aprendizaje considerando sustancialmente a cada sujeto involucrado, activo y creador, en el circuito artístico, social y cultural. Parafraseando a Marshall McLuhan, el cuerpo es el mensaje. Hay más información en nuestro cuerpo de lo que creemos o pensamos. Si aceptamos esto, estaremos en condiciones de entender que, si se trata de una obra de arte o alguna práctica artística en particular, la experiencia implica una demanda de sensibilidad y propiocepción mayor para involucrarnos de lleno en el proceso, del cual no podemos salir intactos. Es decir, la actividad creativa conlleva un “flujo” que nos remite al cambio como la única constante. La transformación paulatina es casi imperceptible pero acertada, siendo inevitable salir distintos de un espacio y tiempo que elegimos vivir; ponerle el cuerpo al momento, en un mundo en donde ser accesible es la condición necesaria para aprender y aprehender lo que se nos es dado, lo que el otro quiere decir, o todavía más, lo que yo tengo para decir.
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