Resumen:
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Para el psicólogo, la pregunta "¿Qué es la psicología?" parece ser más molesta que para el filósofo la pregunta "¿Qué es la filosofía?". Porque a la filosofía la pregunta por su sentido y por su esencia la constituye más que lo que la define la respuesta a esta pregunta. El hecho de que la pregunta renazca incesantemente, a falta de respuesta satisfactoria, es, para quien quisiera poderse llamar filósofo, una razón de humildad, y no una causa de humillación. Pero para la psicología la pregunta por su esencia, o más modestamente, por su concepto, pone también en tela de juicio la existencia misma del psicólogo, en la medida en que no pudiendo contestar exactamente lo que él es, le queda muy difícil dar una respuesta sobre lo que hace. Él no puede entonces buscar sino en una eficacia, siempre discutible, la justificación de su importancia como especialista, importancia que a algunos no les desagradaría, en modo alguno, y que en el filósofo engendraría un complejo de inferioridad. Al decir que la eficacia del psicólogo es discutible, no se pretende decir que sea ilusoria; se quiere simplemente advertir que esta eficacia, sin duda, está mal fundada, en tanto no se haga la prueba de que es efectivamente debida a la aplicación de una ciencia, es decir, en tanto que el estatuto de la psicología no sea fijado de tal manera que se la pueda considerar como más y mejor que un empirismo compuesto, literariamente codificado con propósitos de enseñanza.
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